Nos hemos encerrado en el neocortex. Esa poderosa capa del
cerebro que el ser humano ha desarrollado nos ha arropado demasiado, y nos ha
hecho creer que era un fin en sí misma y no parte de una evolución imparable.
Aún seguimos utilizándola como un juez de nuestras percepciones y emociones, y
no como un peldaño hacia niveles superiores de consciencia, no como una puerta
para una expansión aún más rápida. No sabemos utilizar la razón a nuestro
favor, y nos convertimos en mendigos, en siervos de ella. Servidumbre absurda
siempre. El amo inconsciente se vuelve esclavo de su esclavo, depende de él.
Cuando dejamos que el intelecto nos domine no puede
producirse la magia, el milagro. Lo inconcebible es dejado fuera de nuestra
"realidad", y lo convertimos en algo inexistente para nosotros, algo
que tememos porque ataca directamente a nuestro afán de control. Un control en
el que necesitamos creer para no tener miedo. No dejamos que aquello que no
entendemos nos viva por completo, y para ello lo ridiculizamos o lo miramos con
superioridad para no sentirnos pequeñitos.
El ser humano piensa para creer que está protegido ante el
misterio, algo imposible siempre. Así el intelecto se convierte en una barrera,
en la muralla de un castillo, en una defensa. Y como siempre sucede: la propia
defensa genera el miedo y el ataque. Creamos una coraza de sensatez, y esa
coraza misma es la que se rebela contra nosotros y nos hiere. "¿Qué es el
amor, maestro? Es la ausencia de miedo. ¿Y a qué tenemos miedo? Al amor".
Por no querer sufir sufrimos aún más, negándonos la vida tal y como se presenta
a cada instante, negándonos la entraga completa.
El corazón no se equivoca nunca. Esto no es una conclusión.
Es una decisión. Lo vivido debía ser vivido, y debía ser vivido por la sencilla
razón de que nada sucede en tu vida que tú no hayas creado, que no hayas
invocado profundamente. Y uno crea lo que en ese momento necesita experimentar.
Ignorar el impulso del corazón, analizarlo, es esconderse de la propia luz.
Creemos impedir que el "exterior" nos agreda, y lo que impedimos es
que "el interior" se manifieste, se dé. En ese sentido, entiendo, es
en el que Antonio Blay afirmaba que "pensar es un retraso mental".
Cuando el ego mental nos domina, cualquier necesidad, deseo,
o sentimiento, es racionalizado y disecado. La razón se convierte en un campo
de exterminio. La ilusoria seguridad, el ilusorio entendimiento, atraen todo lo
espontáneo y lo destruye. El intelecto sólo es útil cuando uno es capaz de
domarlo y ponerlo a su servicio, y es capaz de elegir cuándo utilizarlo y
cuándo no. Si uno se identifica con él se siente incapaz de decidir, porque
este es el que le da la sensación de identidad. Y entonces.... Sientes una
"necesidad" que no sabes satisfacer y la analizas hasta convencerte
de que no es tal "necesidad", de que tu cuerpo no grita entero por
ello. Deseas algo con todo tu alma y lo analizas hasta que encuentras una
"razón" absurda para ese deseo y lo desprecias. Quieres crear algo y
lo piensas tanto, tanto, tanto, que te sientes incapaz de alcanzar tu imágen
mental de ello, y aparece entonces la ridícula idea del "fracaso".
Tienes un sentimiento bello, nuevo, profundo y, al no encajar en tu costumbre,
en tu idea del mundo, en tus planes, lo analizas hasta generar la duda en ti y
repetirte que quizás no sientes lo que no puedes evitar sentir, lo que nunca
podrás evitar sentir.
Es decir: Si en vez de utilizarlo sólo cuando nos sea útil,
dejamos que el intelecto se haga cargo de nuestra "realidad", que sea
él quien decida qué es "verdad", entonces nuestro estilo de vida,
nuestro trabajo, nuestras relaciones... se vuelven rígidos, nuestra sexualidad
y nuestra creatividad se bloquean, y nuestras emociones, al negarse o
aplazarse, se infantilizan.
Han descubierto que un instante antes de que creamos tomar
la decisión consciente de realizar algo, el cerebro ya ha mandado la orden de
realizarlo al órgano correspondiente. Nuestro subconsciente toma la decisión
antes de que nosotros sintamos que la estamos tomando. También se ha comprobado
repetidas veces que a la hora de tomar decisiones sobre una materia
determinada, el índice de aciertos es similar entre personas que no
"saben" nada de dicha materia y entre supuestos "expertos",
cuando no es ligeramente superior entre las personas que no "saben"
nada. Lo que indica, en mi opinión, que la sabiduría no tiene nada que ver con
el conocimiento, y que incluso a veces ambas cosas son contrarias. La sabiduría
es consustancial a lo que somos, y es tapada y olvidada por ese desastre que
llamamos "educación". El conocimiento es prestado, adquirido como una
herramienta que nos hace sentir seguros, que nos da la ilusión de
"entender". No somos capaces de aceptar el sencillo misterio de
nuestro saber, y creemos necesitar de méritos, procesos, y dificultades para
dar valor a las decisiones.
En toda encrucijada, "grande" o
"pequeña", si uno presta atención, siempre existe una intuición pura,
primaria, un impulso que nace en nosotros; y después un sinfín de juicios
acerca de ese impulso. Nace un sentimiento inesperado, repentino, y después un
ejército de razonamientos intentando contenerlo. La decisión ya ha sido tomada
desde el principio. Toda reflexión es una pérdida de "tiempo". Al
final la única decisión es entre el disfrute del presente, entre la alegría, y
esas voces interiores que nos introdujeron de pequeños y nos hablan de deber,
de qué es lo correcto, de qué es lo que uno tiene que hacer para pertenecer al
rebaño.
Como escribió Hölderlin: "El hombre es Dios cuando sueña, y un
mendigo cuando reflexiona".
Pero el intelecto tampoco es un enemigo. "Yo"
utilizo mi intelecto para escribir todo cuanto acabo de escribir, por ejemplo.
Y para decir esto: Un mago, un alquimista, un chamán, acepta ser poseído por el
misterio, y sabe que su absoluta falta de control es su poder más contundente.
Texto de David Testal
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